Monday, September 21, 2009

INTERVENCIÓN EN LA XII JORNADA DE PASTORAL SOCIAL

“¿No deberíamos acordar entre todos que la deuda social, que no admite postergación, sea la prioridad fundamental de nuestro quehacer?” (ICN)
Si se responde que sí a esta pregunta, y se entiende también que, en un país con condiciones objetivas suficientes para evitar el padecimiento cotidiano de millones de compatriotas, este paisaje social clama a gritos su inmoralidad, la siguiente pregunta es ¿que estamos dispuestos a hacer, ofrecer, ceder y dar, de que nos desprendemos para dar solución inmediata a este padecimiento? Porque si aceptamos su prioridad, esto implica postergar y resignar otras cuestiones y apetencias.
La respuesta la tiene la política, ciencia, arte y acción a la que han volcado desde siempre su vocación y compromiso quienes se sintieron y sienten moralmente involucrados y heridos por la injusticia y la inequidad social. Por eso hoy y aquí la política es nuevamente interpelada: ante el inmoral, escandaloso paisaje de la pobreza, ¿cual debe ser la ética de la actividad política? ¿cuál es la ejemplaridad de un lider y un dirigente político? Y no estamos hablando de moralismo ni moralina, sino de la solución real y moral a un problema social real y moral. Pobreza, reitero, que acontece en un país que posee todo lo necesario para que no la haya, -incluyendo el dineral argentino depositado en el exterior y que sigue drenando-, pero con una estructura social que la ha permitido, tolerado y agravado.
Es esta deuda social inmoral la que interroga y señala hoy a la política. Me atrevo a decir que la medida de la rehabilitación ética de la política deberia ser precisamente su aporte a saldar cuanto antes la deuda social, logrando anteponer el bien común a los intereses particulares.
“No hay democracia estable ni profunda sin una economía sana y una justa distribución de los bienes, aunque entre todos debemos seguir trabajando a fin de hacerla realidad y que no quede sólo en una consigna o en un plano teórico o meramente emotivo” (ICN). Hacemos catarsis, nos vamos de acá, y a otra cosa. No, la cuestión es como se construyen y ejecutan políticas públicas de desarrollo integral, desarrollo al que tienen derecho todos los hombres y mujeres por el solo y simple hecho de serlo.
En esta tarea, el Estado, -que es, entre otras cosas, una suma de bienes comunes-, tiene un rol irremplazable, intransferible y estratégico que ninguna crítica a su funcionamiento puede pretender eclipsar o minimizar. La corrupción, en cuanto robo de bienes comunes, y el desapego a las normas y las leyes, aparecen en este marco como síntomas de una gravedad preocupante.

Suele plantearse una contraposición entre lo privado y lo público. Pero si hay un sector privado que hoy merece inmediata atención, es el sector privado de educación, privado de salud y trabajo y de la creación y disfrute de los bienes culturales. Y es tarea del sector público acudir a su solución, porque público remite al pueblo y a popular, conceptos que nada tienen que ver con lo vulgar o lo meramente masivo.
No hay justicia social ajena al bien común, y la búsqueda del bien común implica la justicia social. La deuda social, deuda con personas con nombres, apellidos, rostro, cuerpo y alma, -y no números-, se salda con justicia social. Por lo tanto, la economía se subordina a la tarea prioritaria de saldar esta deuda, la obtención de la justicia social y el beneficio comunitario, dando una vida plena y un desarrollo personal integral y armónico a cada ciudadano, con la política como mediación de los distintos intereses y conflictos sociales. Exactamente lo contrario de reducir el problema de nuestros compatriotas pobres a una partida presupuestaria asistencialista, paliativa y condescendiente.
La disyuntiva es si se acepta la política como salida laboral para bolsillos ambiciosos, como un deporte para poderosos, donde los pobres se usan para las elecciones, y después se tiran, -tal el llamado clientelismo-, o por el contrario, se la entiende como entrega generosa y austera a la causa y al servicio del bien común, o sea, la política y el poder como herramientas de un servicio concreto y cotidiano al bien común. Por un lado, “Billetera mata militante”, si se trata de la captura oportunista de cargos y espacios para usufructo personal o sectorial, -donde todo vale, incluso ser traidor si se avisa-, o si la patria necesita y convoca a militantes que sean sinónimo de idealismo, utopía, compromiso y construcción real, en la realidad tal cual resulta ser.
La inequidad plantea niveles irritantes de desigualdad, con una exacerbada concentración en lo económico, pero también en la creación, manejo y circulación de la información, que hace que la mera difusión, -unilateral-, reemplace a la comunicación y su intrínseca pluralidad de actores y protagonistas, emisores y receptores, dicentes y oyentes.
En estos momentos, asistimos a una banalización y devaluación mediática de la cuestión de la pobreza y la distribución de la riqueza, quizás para desgastarla, para ponerla bajo las luces del Centro y que se derrita, para que rote como otros temas en la calesita mediática, saturada con los problemas cosméticos de una estrellita o estrellada de la tele, y así pasemos a otro asunto y a otro y así, como un tema de moda, hasta que pase y se olvide y se anestesie este dolor urgente que cada argentino y argentina en su digna situación de pobre despierta.
Digna, como decía el Martin Fierro, “pues no es vergüenza ser pobre, y es vergüenza ser ladrón”.

(Intervención en la XII Jornada de Pastoral Social, en el panel "Un desafío para la dirigencia política: valores y riesgos", 19 de septiembre de 2009, San Cayetano)

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